CUENTOS DEL CIELO - NODO 01- EL VIEJO LAUREANO 🔊




Tantos años llevo viviendo en la misma calle del barrio del Cielo, que me gustaría hacer memoria de algunas de sus historias.

Allí fue donde el viejo Laureano se murió haciendo soñar a su par de tortugas sobre las posibilidades del bosque, y ellas, resueltas a encontrarlo una vez él murió solo y abandonado sobre su raído y cómodo sillón, la mejor de sus posesiones, tuvieron a bien acompañarlo estrellándose una y otra vez contra la puerta de su pieza; inamovible esta en su destino de ser el fin de camino para ellas.
Al viejo Laureano nadie lo extraño por una semana entera pese a haber vivido en el cuarto de la pensión por más de diez años.

Tan seco estaba en el fin de sus días, que no tuvo la naturaleza modo de expandir el hedor característico de la putrefacción cadavérica para advertir con esto de su muerte a doña Rita, quien heredó la pensión de su madre con el mismísimo Laureano ya morando en ella; y esta carencia de descomposición, no ha de entenderse como un signo de santidad, que como bien es sabido o ha difundido la jerarquía de la iglesia católica, corresponde a una prueba de santidad. Esta iglesia, la única que en su vida el viejo conociera más no practicará más allá de asistir a la misa dominical, para después buscar su almuerzo y algunos víveres para la semana en los puestos que en el mercado del parque frente a la iglesia que ese día allí se establecían.   El decirse católico, como como tantas cosas más en la vida de cada uno; era para él una simple etiqueta con la cual identificarse si alguien le llegara a preguntar sobre sus creencias. Una forma simple de decir: Ey, miren, yo también pertenezco al género humano, pero, la verdad, fue una previsión pretenciosa e innecesaria, pues nadie solía hablar con viejo Laureano.

 Nadie en los últimos cinco años, después de la muerte de su esposa Josefina, con quien había llegado a la pensión, jamás le había preguntado nada más allá de un requerimiento o un formalismo de olvido inmediato. Ellos llegaron allí, cuando la viuda de su único hijo, Ernesto, los echó de la casa de la pareja a la muerte de este.

Llegaron a la pensión en busca de refugio de la intemperie con algunos trastos casi tan viejos como ellos a esperar la muerte, mientras sobrevivían con la pensión mínima de Laureano, tras jubilarse después de haber cumplido en un puesto de operario en la imprenta estatal los requisitos de ley para lograrla.

Doña Rita lo vino a echar de menos el cinco del mes, fecha en la cual el viejo, tras ir a cobrar su pensión pasaba a pagarle su mensualidad ya siendo noche, y estando ella, como siempre estaba, requiriendo unos pesos, fue a tocarle a la puerta y no obteniendo respuesta, procedió a abrirla encontrando el cadáver.

Se dio cuenta entonces como no había nadie a quien avisar o quien lamentara esta muerte o se hiciera cargo de disponer del cadáver.

Valiente problema. Revolcó entre las pertenencias del viejo y encontró, en la pequeña cómoda un tarro con algunos ahorros. Los tomó para sí como pago por las molestias.

Al par de pequeñas tortugas las descargo en el sanitario y en cuanto al viejo, lo levantó y lo puso en la esquina de la calle en mitad de la noche que terminó por ser la más lluviosa del año.

Esa noche las aguas torrentosas venidas del cielo se encargaron de llevar a los caños y estos a los ríos y ellos al mar toda la basura desechada en las calles por el género humano.

Hay quienes les gustaría creer posible, como en el mar, el viejo pudo encontrarse con su esposa, su hijo y su par de tortugas, mas esto es un imposible. Las cenizas de Josefina y Ernesto reposan en el cementerio.




RICARDO MUÑOZ

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