EL VIUDO
No hay mucho que decir cuando
la piel se apaga.
¿Por qué cuando la piel flácida
cubre los huesos en la ausencia de las carnes idas y, cuando los recuerdos se
convierten en sensaciones que igual parecieran querer escapar, se abre una
ventana para darle a la muerte la oportunidad de entrar y ser un abrigo
deseable y suficiente para borrar todo vestigio que quiera sostenerte?
Entonces es cuando la
realidad de los sueños en pareja compartidos cuajados en sonrisas periódicamente
vienen en nuestro auxilio, dejando atrás el natural cumulo de amarguras, que
igual de siempre nos rodearon porque, qué son las unas en la vida sin las
otras. De siempre en esta mezcla que de suyo constituye la existencia y solo la
preponderancia de unas sobre las otras es la que determina cuál de ellas habrá de
mantenerse en el accionar de nuestros sueños cuando ya las acciones hayan
lentamente perdido su lugar para, en tanto exista la conciencia, volver allí a
remozarse y en esta se percibe la puerta donde nuestro espíritu entrará a ser
parte y paladín del universo.
Así el viudo pasa sus días en
su vivienda, una parcela enclavada un kilómetro adentro por el camino de la
vereda Cuchicute, donde las mañanas se suelen levantar sobre las brumas que
nacen en la falda de la montaña con temperaturas, a esa hora, solo cuatro o
cinco grados por encima de cero, lo cual hace más sabroso el primer café al romper
de los rayos del sol que acuciosos hacen levantar a los pájaros a saludarnos
con sus gorgojeos y sus trinos.
Es en medio de este paisaje
que la soledad intenta carcomerlo buscando dejar su alma del tamaño de un
rasguño, y cuando debe sacar la fortaleza de sus recuerdos, para no abandonar
el proceso en el cual la materialidad se va desvaneciendo y el espíritu, como
un capullo luminoso, va tomando un camino posible de convertirse en un ser de
luz.
Llegar a los setenta y siete
en este frío, sin tener con quien dormir abrazado, le hace sentir su cama
matrimonial inmensa e inhóspita, sin tener quien al levantarse le dé los buenos
días y le recomiende en cada amanecer calzarse su mullidas chancletas y no
olvidar el remplazar el calor de su abrazo y su cobija por el suave abrigo de
su bata y, este recuerdo le hace indefectiblemente pronunciar quedo, de un modo
casi imperceptible su nombre separando tan solo un centímetro la comisura de
sus labios y, esta el la señal para que salten en su mente los recuerdos donde se
recrean tantos instantes de la vida en lugares esparcidos por el mundo, con sus
sabores exóticos, sus arquitecturas, sus ritmos y sonrisas o, también en otras
ocasiones, cuando algún problema lo visita, llega ese sabio consejo suyo llamándolo a la calma y,
aún en ocasiones, recuerda su razonar parsimonioso basado en sus principios que
se siente a la vez como un regaño o una
instrucción a ser cumplida.
Pasadas estas cábalas, junto
a su café mañanero, es entonces la hora de preparar algún bocado que imite el
desayuno y adentrarse en la rutina de los quehaceres domésticos, los cuales
lentamente van perdiendo su importancia. Allí el polvo establece sobre la
quietud algún triunfo. Presagia el destino final de la materia, mientras busca establecerse
en una porción del mundo a través de los
sentidos que, poco a poco han ido perdiendo su habilidad cuando el desgaste de
los músculos y los órganos se ha acumulado de una forma cansina, pero aún en sus limitaciones
entreteje su ser con el conjunto de las redes materiales y virtuales, configurando el acervo de la vida, donde le es
dado entregar alguna contribución a su intelecto y al mundo en el transcurrir del paso de las horas de cada
día sucediéndose una a una, hasta llegar a adentrarse en la noche, por antonomasia,
en nuestra especie, el espacio ideal para tomar fuerza y renovarnos antes de retornar
al discurrir del mundo y todo el tiempo rodeado por el metódico devenir captado por los medios en noticieros
y el fluir de las redes sociales, con sus incontables fuentes y matices, disimulando
no escucharlos para evitar con ello tener que rectificar o ratificar sus
errados o certeros puntos de vista. En esto transcurre su vivir, además de ir tomando
sus medicamentos ordenados por sus médicos, más aquellos otros que el mismo a
agregado a la lista en su sapiencia para fortalecer su cuerpo en la lucha
contra su menoscabo y el dolor, esperando alejarlos por algún tiempo, mientras su
amada −en otros su amado o su pareja cualquiera fuera su naturaleza o elección−
le arrulla. La siente tan cerca como si nunca hubiera partido, la visualiza: ya
joven, ya mayor, mas siempre por encima de las imágenes de ella recordadas,
porque un imperceptible halo de luz pareciera rodearla y desde allí, asiente
sobre la libertad del anhelado reencuentro y le anima, mientras ella se distrae
jugueteando con su última mascota, quien también, junto a ella, se unió a los
seres de luz y quiso adelantársele para en la eternidad acompañarla.
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