DULCES DICTADORES - CUENTO

DULCES DICTADORES
CUENTO

 No son aún las diez y la noche, se siente, empieza a desenvolverse lucida en vela al recibir las noticias, de como se empezó a torpedear el mandato del presidente por cuenta de alcaldes que han lanzado sobre su orden de un retorno inteligente a la vida productiva una carga de fusilería en requerimientos casi imposibles, a cumplir en sus redes paralizantes de burocráticas, que antes de morir, se fortalecen en medio de la quietud obligada de la pandemia, cual caldo propicio a su interminable desventura.

Ha sido un largo domingo, como muchos de los días de esta cuarentena, cuando el tiempo tiende a estirarse como en los relojes surrealistas que pintara Dalí.  Sobre el lienzo tres relojes se derriten y se escurren: uno sobre un madero inmenso, otro sobre la rama del yerto tronco de un árbol aún en pie y el último arropa los despojos de un equino que yacen sobre el suelo, con su dentadura en una lúgubre sonrisa, teniendo todo esto como fondo al mar y unas áridas colinas, donde la vida se extiendo en horas interminables, mostrando la fuerza de la terquedad humana en su poder que nos ha puesto a vivir entre barrotes en esta obra a nuestros días proyectada.

Pareciera ya haber avanzado Cherezada a la página cuarenta de sus mil y una noches por entregar sus cuentos para vivir y no morir, ella al sultán le cuenta en esta ocasión, la historia de tres villanos llegados por mar desde las costas mexicanas a liberar una isla caribeña, en donde a sus ojos primaba la maldad de Fulgencio, presidente electo de la misma del 40 al 44 y dictador de facto del 52 al 59. Allí llegaron para derrocarlo imponiendo ellos sí el terror y la muerte aprendida muy bien de sus maestros de otras latitudes, donde la muerte recogió su cultivo con la hoz y su estrella dorada.

Tengo esa época clavada en la memoria como la fotografía del linchamiento de un campesino a manos de estos tres, dijo Cherezada, haciendo una pausa dramática para atraer la atención del sultán que pareciera estar cayendo en el sopor del sueño; ella sentía necesario hacer una diferencia entre las treinta y nueve noches precedentes y esta, la cual no estaba en sus cálculos destinada para el sueño del sultán, sino para lograr su desvelo. Una extraña maldición presentía ella sobre la misma. Si el sultán lograba conciliar en esta su sueño, se rompería su encanto de lograr en sus historias envolverlo y su muerte sería decretada. El dejo de la servidumbre del sultán en sus historias empezaba a actuar en su contra. Era necesario que el sultán pasará esta en vela y sólo el horror de la historia seleccionada podría lograr este objetivo.  Tomó su  rostro soñoliento entre sus manos para dibujarle la cruda realidad de  como dos hermanos llamados Fidel y Raúl, en compañía de un carnicero de sangre fría venido del sur, de ese mismo sur patria de Borges, para demostrar  como la ceguera física de este, en su tiempo iluminado, ha perdido con el transcurso de los años  el encanto de su intrincada narrativa; el mundo de hoy  a perdido su sabor en lo cuajado sus prisas y, que ahora, se sostiene sobre las alas de su obra poética, pero a ese hechizo fue inmune este  abyecto asesino con mote del Che,  quien de su mano o a sus órdenes cayeran  centenares de humildes campesinos, patrones, y cualesquiera que a sus designios fuera un estorbo para dejar esta isla  en ruinas y, en ruinas sigue estando tras sesenta años contados desde su llegada, y esta noche,  ese horror interminable de muchas historias en sus retazos configuraron la historia contada por Cherezada. Ella le narro  algunos de los momentos de esa interminable pesadilla, que tal vez al sultán le parecieran buenas enseñanzas, lograron el objetivo de hacerle ver nacer el albor de la mañana.

Como fuera. Los designios de la muerte llegan con pasos imprevistos, pensé yo al momento de cerrar el libro de esta extraña noche referida al sultán de Persia con su costumbre de buscar cada noche el goce de una mujer, para al día siguiente eliminarla. La princesa Cherezada  fue su concubina número tres mil en compartir su lecho y, no queriendo ella  morir se ingenio en  cada noche una nueva historia para ganar con esto para ella un nuevo día hasta lograr, al final, ponerlo a sus pies y ser su esposa, pero en tanto, en esas duras noches,  siendo una princesa, era igual un reo más en el pasillo de la muerte donde cada minuto cuenta, y mientras dura, se sienten como una sucesión interminable donde el cautiverio puede desarrollarse en un castillo o en la más mísera covacha cuando la muerte está pendiente de un hilo que en cualquier momento  puede romperse  y entonces su cabeza estará tan yerta como esta la del equino en el cuadro de la hora interminable de Dalí, convirtiendo a la princesa en su hacer en símbolo  de nuestras actuales horas de cuarentena a gusto prolongadas por alcaldes en un sádico placer que ocultan tras un noble rótulo, como lo hacen los dulces tiranos que han tenido bajo sus garras a sus pueblos oprimidos mientras sirven a sus ambiciones, como estos hermanos que a lo largo de sesenta años lo han logrado, después de deshacerse del asesino enviado a Bolivia a intentar sembrar allí su germen o sacárselo de encima ante una posible disputa por el poder supremo en sus manos y, al decir de Huber Mattos, su amigo cuando ejerció como  ministro de industria, él  ansiaba este poder después de haber puesto en ruina la previa floreciente industria cubana puesta a  su cargo, construyendo fábricas inservibles y fusilando a todo aquel que en el tiempo de Fulgencio hubiera dado brillo a esta.

Así vamos en nuestras horas de confinamiento. Buscando entre paredes encontrar formas de encarar sus largas horas con nuestros sultanes regentando e imponiendo el desvelo, mientras a sus ojos nos preserven de la muerte, cuando nos la decretan en una lenta sentencia al parar la económica que en la quietud y la distancia son ya casi nada. Es muy probable estos advenedizos sean admiradores del Che ejerciendo el ministerio de industria, queriéndonos poner a andar, como lo hiciera el Che, con dos botas izquierdas por que la derecha no existe, cuando toda la industria, como él hiciera se encuentren destrozadas.

RIMUZ

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