La desesperanza de las largas horas en que se había
convertido la vida de Javier Moncada Némesis desde su llegada a la capital la venció
compartiendo jornadas de trabajo con compañeros
en similar diario vivir, cuando se desempeñó como operario en la compañía de
aseo de la ciudad, donde sus amigos le llamaban el Trucho, mote que él traía desde su tierra natal, el cual heredó de su padre
quien lo adquirió como reconocimiento a
su capacidad de sortear dificultades, pero para sus compañeros, además de causarles
gracia este apodo en la camaradería de usarlos, les recordaba la capacidad de Javier de encontrar alguna que
otra cosa medianamente valiosa entre las canecas que iban trayendo y llevando
desde las aceras al carro recolector de basura y de nuevo a al borde de cada
casa o edificio, las cuales se materializaban en algunas monedas de ganancia para
gastarlas de modo compartido los domingos.
Su angustia era cosa del pasado que en la oportunidad de
trabajar se fue. Él, como tantos otros, recorrió el camino de ser uno más en
las cuentas de un político de turno, que así como brillo al momento de hacerse
a la alcaldía, se venía apagando en su desempeño y con esto, fueron desapareciendo todos los favores repartidos entre
sus seguidores que le tendían la mano en
busca de una oportunidad, luchando para dejarse ver de él para ganar un puesto
en un posible triunfo y una buena forma era tener una foto de recuerdo junto a
él para adjuntarla como referencia al
momento de entregar en la secretaria de la sede del partido sus hojas
de vida, donde existía el compromiso tácito, para cada uno, de obtener un
puesto por gritar consignas en las
manifestaciones públicas del candidato, y el Trucho tuvo la extraordinaria suerte de salir en una foto de primera página del diario de mayor
circulación nacional gritando arengas en plena manifestación junto al candidato,
y fue tan buena la foto, de la cual él ni se dio cuenta cuando el reportero
gráfico disparo su cámara, que dicha composición logro estar en la selección
final de un concurso de fotografía política, con lo cual, tanto el reportero
como él se volvieron famosos, aunque no con la misma intensidad, publico y
duración, porque para él su público fue
el político y su corte, pues este ordeno una ampliación tamaño cartel
que puso en la sede con un pie de foto
con la emotiva leyenda, “Únete a mí con el entusiasmo del Trucho.”
Javier recordaba como primero fueron cerca de tres meses de
campaña, y elegido el candidato quien salió victorioso en la contienda, muchos días
y días de peregrinación a la sede del partido mirando si había sido
seleccionado en algún puesto con un no siempre por respuesta. Como a casi todos,
a Javier esta peregrinación le resultaba desgastante. Algunas veces pudo ver de
lejos al alcalde electo pero siempre escoltado por una nube de interesados sin
poder acercársele para dirigirle unas palabras, mas eso sí, todo el tiempo terminaba
entregando su trabajo a cambio de nada, siempre había un mandado que hacer, un
papel que llevar, unos almuerzos que traer
a la sede, que nunca le ofrecieron sino que eran para aquellos cercanos
al alcalde ya enganchados en la futura administración con las expectativas de,
al ocupar sus cargos, ver si de algún modo podían sacar provecho adicional de estos como es lo
acostumbrado en el servicio público.
Javier probó en esos días la decepción. Aquel a quien se unió
pensando en su propia posibilidad de un trabajo lo ignoró tanto y aún más ya
posesionado cuando no volvió a su sede, entonces Javier pensó que solo una
rendición digna de su aspiración ante tanta negativa era necesaria a sus ojos para
reivindicar su auto estima. Con esta herida a cuestas y queriendo sanarla, pasados
casi tres meses de la posesión de su candidato como alcalde, su furia contenida
le llevo a ir a retirar, como un acto simbólico que a nadie interesaba, su hoja
de vida del fardo inmenso de aspirantes donde sabía debería estar, pues él
mismo se cercioro al momento de entregarla de colocarla encima de todas las
demás, pensando que esto mejoraría sus posibilidades de acceder a una posición
dentro de los trabajadores de la alcaldía. No aspiraba a mucho, como tampoco era
gran cosa era su hoja de vida. Solo su nombre completo. Javier Moncada Némesis.
Su estudio de primaria en la escuela rural de su terruño, una dirección, primero
en la cima de la montaña sobre el barrio el Cielo: “Rumbo Claro casa ocho”, que
correspondía era a una ilusión de momento. Tal el nombre inventado por los
invasores de un lote sin nomenclatura. Ranchos levantados sobre un retazo en la
ladera arriba del barrio el Cielo, donde pese a la pobreza de los lugareños en
este establecidos, y quienes al igual que
ellos, habían colonizado el lugar en invasiones sucesivas, mas ya legalizadas, no
querían saber más de ellas y llamaron a la fuerza pública para desalojarlos.
Después de esto terminó viviendo en un cuarto en la pensión de dona Rita
ubicada en la última calle habitable del barrio el Cielo, con su nomenclatura jeroglífica
para extraños de la zona, la cual agregó después en la hoja de vida tachando la
primera temiendo no pudieran localizarlo y perder por esto su oportunidad de un
trabajo. En dicha pensión compartía por motivos económicos la habitación con
una mujer que decía llamarse María quien estaba en su misma condición de
desposeídos e invasores a quien conoció en esta aventura. Ella llegó proveniente
de las montañas del Cauca huyendo de los asesinos de sus padres pues estos
mismos la querían reclutar para ser esclava sexual de sus tropas irregulares que
imponían su voluntad como ley para, en nombre de una supuesta lucha de clases destruirlos.
María no tenía ningún documento ni nadie que diera constancia
de la veracidad de su pasado. Su vida, un poco como la de él mismo, era la de un perro callejero buscando por
doquier un mendrugo o un refugio para sostenerse respirando haciendo poco caso
al hambre y al frío, porque la vida era lo único que ellos tenían, y esto a
nadie le importara, pero María la defendía,
no a capa y espada, porque de esto tampoco tenía, pero si una boca bien
dispuesta con todos sus dientes y unos
caninos especialmente afilados, que igual también le servía para llenar de improperios a cualquiera que intentara despojarla de sus
mendrugos logrando ponerlo en fuga, claro, esto era antes de tener que recurrir a utilizar un
cuchillo escondido entre sus pantaletas y su piel y de esto ya uno o dos podían
dar testimonio si es que volvían a encontrarla.
Los dos hacían buena pareja complementando sus limitaciones.
El trucho y María. Ya los reconocían como uno solo en la pensión, en la tienda y
en la cuadra. Pero ellos no eran nada el uno para el otro, solo un par de hienas
solitarias de diferente género que se complementaban en lo esencial, lo cual
por supuesto también incluía algo de sexo cuando un buen descanso les permitía
recuperar las fuerzas suficientes para buscarlo de un modo animal y mecánico, más
eso si sabiendo la imposibilidad de la procreación, pues María había acudido a
evitarla con anticonceptivos de largo plazo, en eso si se reconocía la
eficiencia de la administración municipal, y para qué. Eso si era algo que cada
mujer que allí acudía agradecía. También los dos coincidían en el alto calibre
de su orgullo y por orgullo fue Javier a retirar su hoja de vida del cartapacio
de las ilusiones frustradas de los aspirantes a empleados públicos engañados a
cambio de sus votos. La requirió en la secretaria de la sede del partido. Cuál
sería su sorpresa al recibir por respuesta que desde hacía dos meses estas
hojas de vida sin experiencia laboral, sin ningún tipo de estudio y
capacitación recolectadas en plena campaña electoral se desecharon por no haber
ya vacantes disponibles para este perfil de candidatos. Ahora solo se recibían aquellas
con un mejor perfil profesional o técnico.
Él había rondado por la sede a lo largo de más de seis meses
haciendo el papel de mandadero de todos, trayendo y llevando papeles y
almuerzos a cambio de nada. Se sintió engañado.
Sintió hervir la sangre. montó en cólera. Tiro al piso todo lo que
estaba sobre los escritorios de las recepcionistas. No era mucho. Estaban tan
vacíos como la ideología del candidato. Vio su foto aún en la pared. El
fotógrafo captó la esencia de su entrega a esta falsa causa. Por eso el
candidato la consideraba valiosa como documento testimonial. El Trucho la
arranco para romperla en minúsculos pedazos que fue tirando al suelo para
después de esto partir a su cuarto en la pensión. Sabía que este recorrido le
tomaría algo más de dos horas caminando. Necesitaba este cansancio para, unido
a su hambre mermar su furia y sus fuerzas. Cuando llego paso por el baño
comunal a tomar agua del grifo y servir sus propias aguas en el orinal, de allí
fue a su habitación para quedarse de inmediato dormido a pesar de ser la tarde
aún joven pues aún no invitaba a la luna para acogerla.
Su angustia era cosa del pasado que en la oportunidad de
trabajar se fue. Él, como tantos otros, recorrió el camino de ser uno más en
las cuentas de un político de turno, que así como brillo al momento de hacerse
a la alcaldía, se venía apagando en su desempeño y con esto, fueron desapareciendo todos los favores repartidos
entre sus seguidores que le tendían la
mano en busca de una oportunidad, luchando para dejarse ver de él para ganar un
puesto en un posible triunfo y una buena forma era tener una foto de recuerdo
junto a él para adjuntarla como referencia
al momento de entregar en la secretaría de la sede del partido sus
hojas de vida, donde existía el
compromiso tácito, para cada uno, de obtener un puesto por gritar consignas en las manifestaciones
públicas del candidato, y el Trucho tuvo
la extraordinaria suerte de salir en una
foto de primera página del diario de mayor circulación nacional gritando
arengas en plena manifestación junto al candidato, y fue tan buena la foto, de
la cual él ni se dio cuenta cuando el reportero gráfico disparo su cámara, que
dicha composición logró estar en la selección final de un concurso de
fotografía política, con lo cual, tanto el reportero como él se volvieron
famosos, aunque no con la misma intensidad, publico y duración, porque para él
su público fue el político y su corte, pues este ordeno una ampliación tamaño
cartel que puso en la sede con un pie de
foto con la emotiva leyenda, “Únete a mí con el entusiasmo del Trucho.”
Javier recordaba como primero fueron cerca de tres meses de
campaña, y elegido el candidato quien salió victorioso en la contienda, muchos
días y días de peregrinación a la sede del partido mirando si había sido seleccionado
en algún puesto con un no siempre por respuesta. Como a casi todos, a Javier
esta peregrinación le resultaba desgastante. Algunas veces pudo ver de lejos al
alcalde electo pero siempre escoltado por una nube de interesados sin poder
acercársele para dirigirle unas palabras, mas eso sí, todo el tiempo terminaba
entregando su trabajo a cambio de nada, siempre había un mandado que hacer, un
papel que llevar, unos almuerzos que traer a la sede, que nunca le ofrecieron
sino que eran para aquellos cercanos al alcalde ya enganchados en la futura
administración con las expectativas de, al ocupar sus cargos, ver si de algún
modo podían sacar provecho adicional de
estos como es lo acostumbrado en el servicio público.
Javier probó en esos días la decepción. Aquel a quien se unió
pensando en su propia posibilidad de un trabajo lo ignoró tanto y aún más ya
posesionado cuando no volvió a su sede, entonces Javier pensó que solo una
rendición digna de su aspiración ante tanta negativa era necesaria a sus ojos
para reivindicar su auto estima. Con esta herida a cuestas y queriendo sanarla,
pasados casi tres meses de la posesión de su candidato como alcalde, su furia
contenida le llevo a ir a retirar, como un acto simbólico que a nadie
interesaba, su hoja de vida del fardo inmenso de aspirantes donde sabía debería
estar, pues él mismo se cercioro al momento de entregarla de colocarla encima
de todas las demás, pensando que esto mejoraría sus posibilidades de acceder a
una posición dentro de los trabajadores de la alcaldía. No aspiraba a mucho,
como tampoco era gran cosa era su hoja de vida. Solo su nombre completo. Javier
Moncada Némesis. Su estudio de primaria en la escuela rural de su terruño, una
dirección, primero en la cima de la montaña sobre el barrio el Cielo: “Rumbo
Claro casa ocho”, que correspondía era a una ilusión de momento. Tal el nombre
inventado por los invasores de un lote sin nomenclatura. Ranchos levantados
sobre un retazo en la ladera arriba del barrio el Cielo, donde pese a la
pobreza de los lugareños en este establecidos, y quienes al igual que ellos,
habían colonizado el lugar en invasiones sucesivas, mas ya legalizadas, no
querían saber más de ellas y llamaron a la fuerza pública para desalojarlos.
Después de esto terminó viviendo en un cuarto en la pensión de dona Rita
ubicada en la última calle habitable del barrio el Cielo, con su nomenclatura
jeroglífica para extraños de la zona, la cual agregó después en la hoja de vida
tachando la primera temiendo no pudieran localizarlo y perder por esto su oportunidad
de un trabajo. En dicha pensión compartía por motivos económicos la habitación
con una mujer que decía llamarse María quien estaba en su misma condición de
desposeídos e invasores a quien conoció en esta aventura. Ella llegó
proveniente de las montañas del Cauca huyendo de los asesinos de sus padres
pues estos mismos la querían reclutar para ser esclava sexual de sus tropas
irregulares que imponían su voluntad como ley para, en nombre de una supuesta
lucha de clases destruirlos.
María no tenía ningún documento ni nadie que diera constancia
de la veracidad de su pasado. Su vida, un poco como la de él mismo, era la de un perro callejero buscando por
doquier un mendrugo o un refugio para sostenerse respirando haciendo poco caso
al hambre y al frío, porque la vida era lo único que ellos tenían, y esto a
nadie le importara, pero María la
defendía, no a capa y espada, porque de esto tampoco tenía, pero si una boca
bien dispuesta con todos sus dientes y unos caninos especialmente afilados, que
igual también le servía para llenar de
improperios a cualquiera que
intentara despojarse de sus
mendrugos logrando ponerlo en fuga, claro, esto era antes de tener que recurrir a utilizar un
cuchillo escondido entre sus pantaletas y su piel y de esto ya uno o dos podían
dar testimonio si es que volvían a encontrarla.
Los dos hacían buena pareja complementando sus limitaciones.
El trucho y María. Ya los reconocían como uno solo en la pensión, en la tienda
y en la cuadra. Pero ellos no eran nada el uno para el otro, solo un par de
hienas solitarias de diferente género que se complementaban en lo esencial, lo
cual por supuesto también incluía algo de sexo cuando un buen descanso les
permitía recuperar las fuerzas suficientes para buscarlo de un modo animal y
mecánico, más eso si sabiendo la imposibilidad de la procreación, pues María
había acudido a evitarla con anticonceptivos de largo plazo, en eso si se
reconocía la eficiencia de la administración municipal, y para qué. Eso si era
algo que cada mujer que allí acudía agradecía.
También los dos coincidían en el alto calibre de su orgullo y por
orgullo fue Javier a retirar su hoja de vida del cartapacio de las ilusiones
frustradas de los aspirantes a empleados públicos engañados a cambio de sus
votos. La requirió en la secretaria de la sede del partido. Cuál sería su sorpresa
al recibir por respuesta que desde hacía dos meses estas hojas de vida sin
experiencia laboral, sin ningún tipo de estudio y capacitación recolectadas en
plena campaña electoral se desecharon por no haber ya vacantes disponibles para
este perfil de candidatos. Ahora solo se recibían aquellas con un mejor perfil
profesional o técnico.
Él había rondado por
la sede a lo largo de más de seis meses haciendo el papel de mandadero de
todos, trayendo y llevando papeles y almuerzos a cambio de nada. Se sintió
engañado. Sintió hervir la sangre. monto
en cólera. Tiro al piso todo lo que estaba sobre los escritorios de las
recepcionistas. No era mucho. Estaban tan vacíos como la ideología del
candidato. Vio su foto aún en la pared. El fotógrafo captó la esencia de su
entrega a esta falsa causa. Por eso el candidato la consideraba valiosa como
documento testimonial. El Trucho la arranco para romperla en minúsculos pedazos
que fue tirando al suelo para después de esto partir a su cuarto en la pensión.
Sabía que este recorrido le tomaría algo más de dos horas caminando. Necesitaba
este cansancio para, unido a su hambre mermar su furia y sus fuerzas. Cuando
llego paso por el baño comunal a tomar agua del grifo y servir sus propias
aguas en el orinal, de allí fue a su habitación para quedarse de inmediato
dormido a pesar de ser la tarde aún joven pues aún no invitaba a la luna para
acogerla.
Quiso la casualidad que el mismo fotógrafo de la foto icónica
de la campaña fuera testigo del ataque de furia del Trucho y disparara su
cámara en ráfaga sobre él captando la explosión de su furia. Varias fotos, en especial una mejoraba la
expresividad de la primera foto rota por el Trucho, pero tenían un problema. En
esta ocasión la furia se desato fue contra el electo alcalde quien pagaba la
factura. Le mostró al alcalde su trabajo y él estuvo de acuerdo referente a lo
brillante del momento. Tal vez en el futuro la pudiera utilizar, hizo buscar al
Trucho, le ofreció un trabajo como operario en la compañía de aseo, con lo cual
llenó su aspiración. Ya tenía modo de colocar pan sobre su mesa, bueno, al
menos en la mesa comunitaria de la cocina en la pensión donde compartía con
María su frugal comida. A cambio de este puesto con gusto lleno una
autorización para ceder al candidato los derechos de su imagen en estas fotos.
Ahora, para el alcalde, sería cosa de pensar cómo usar estas imágenes para su
propio beneficio.
Un año entero le duro al Trucho el gusto de seguir al camión
de la basura. Para él fue un trabajo noble en su esencia más pura, nacido de la
primigenia labor de un cazador primitivo como parte de un grupo siguiendo días
enteros una presa hasta lograr acorralarla, atraparla y festejar el esfuerzo
compartiendo el fruto de la labor. Este esfuerzo, para ellos, los operarios
recolectores de basura se convertía, además de sus sueldos, en las tardes de
fútbol y cerveza los domingos que para él se prolongaban en noches de María
quien ahora ejercía de ambulante pregonando cualquier mercancía de ocasión
llegada a sus manos, como a sus manos llegaron dos cartas de su amiga, casi
hermana, de su pueblo. Ellas crecieron asistiendo a la escuela y ya
adolescentes asistiendo a verbenas juntas. Le escribió para decirle como el
pueblo ya había recobrado la tranquilidad perdida cuando los asesinos se
alejaron. Eso despertó en ella un deseo de volver y recuperar el terruño. Busco
la oportunidad y el momento para hacerlo a pesar de notar en su interior y en
Javier un dejo de tristeza, el cual, estaba segura con el tiempo pasaría sin
remordimiento. La oportunidad llego con
el segundo pago del bono semestral de la empresa de aseo a sus operarios,
dinero que Javier le cedió con gusto a María con la promesa de devolverlo lo
más pronto posible, aunque en el fondo a él no le importaba. En su interior su
deseo era que la distancia cimentara en María un deseo de volver a su lado
mayor al de su tierra.
María Empaquetó sus pobres pertenencias apenas suficientes
para llenar un pequeño maletín y partió ilusionada para encontrarse, a días de
su llegada, con el engaño y la traición. El par de cartas llenas de falsa
ilusión escritas por su amiga describiendo como la libertad había regresado a
su tierra llevaban apostillada su sentencia de muerte. Allí se coló este
designio como un virus que solo le dejo llegar a ordenar el rancho de sus
padres por unos días reconstruyendo su
orgullo en vida del lugar y respirando la alegría de cada amanecer junto al
recuerdo de sus viejos. Su llegada era esperada. Su amiga trató, como un último
tributo a la amistad de niñez y juventud, de convencerla como era mejor
prostituir su cuerpo para poder salvarlo y vivir un poco más. No cedió a dicha
pretensión. Intentó huir, intentó luchar. Fue en vano, sobre su rancho se
estableció por los asesinos un cerco. Toda una turba pasó sobre María para
marcar en ella un ejemplo. Fue violada en una noche innumerables veces mientras
su mente volaba con un creciente cariño próximo al amor recordando a Javier
quien en vano intento junto a él retenerla. Ya vencida recibió en su cuerpo
desnudo la descarga de un fusil que la dejo hecha pedazos para ser lanzada al
río que obsequioso ante su dolor, permitió a su cuerpo recorrer el hilo de la
muerte en que estaba convertido atravesando las montañas caucanas. Algunas
veces este dejaba cadáveres en sus
riveras donde los lugareños podían rescatarlos para darles la despedida de un
entierro y recordar como la humanidad contra la humanidad en estas montañas aún
se cierne y recordarle a la población que podía esperar quien se resistirá a la
voluntad de los predadores. El rio la entrego en la rivera del pueblo para
recibir sepultura de sus vecinos acongojados y resignados al desamparo. Le
cobraron su osadía de escapar al designio de la esclavitud sexual marcado por
los carniceros. Ella no tenía en la zona ningún familiar, su ilusión había sido
ver retoñar el terruño de sus viejos, mas, el pueblo entero era afín a esta
savia recorriendo su sangre y se aunaron en su dolor, a su tumba la acompañaron
cerca de cincuenta paisanos que le recordaban y querían.
La noticia de su muerte llegó por los difusos e intrincados
caminos de la coca a la capital donde el Zarco era uno de sus eslabones
moviéndose entre las montañas caucanas y la capital, transportándola a la
ciudad como de igual manera llevaba a las montañas precursores y armas. De uno
a otro de estos puntos él recorría esta ruta para mover sus mercaderías de
oprobio y cualquier dato pertinente al poder devastador del terror arrasando a
cualquiera atravesado a su paso. En ambos puntos sabían de la insolencia de María
de no entregar su vida en vilipendio a sus propósitos.
En la capital, cayendo la tarde de un domingo, en la tienda
frente a la cancha donde el Trucho junto a sus amigos celebraba las incidencias
del partido estaba el Zarco pavoneándose con sus compinches asesinos los buenos
vientos de sus empresas criminales. Él uso la muerte de María para incrementar
el terror en el barrio del Cielo ante su nombre. María ya era para entonces
conocida y querida en su entorno. El Zarco tuvo el atrevimiento de entregar con
arrogancia perversa los detalles de la vejación de su martirio cuando el Trucho
y sus amigos con cervezas celebraban y le escucharon cambiando por horror la
celebración de la amistad y su partido. Un picadito como suele llamarse a estos
encuentros en el cual el Trucho y su equipo habían resultado ganadores y ellos
estaban gozando entre risas, mientras Javier trataba de borrar con las cervezas
la nostalgia de María obteniendo el resultado contrario de hundirse más en el
dolor de su recuerdo. La imaginó feliz regresando a esta misma hora del pueblo
a su rancho después de haber vendido algunos productos de pan coger con esmero
cultivados, para comprar con el poco dinero recibido algunas provisiones
básicas para seguir con ellas adelante con su vida. Se arrepintió de nuevo,
como desde el mismo día de su partida, no haberla acompañado, todo por tratar
de hacer una vida en la ciudad con su puesto de operario recolector de aseo,
dejando con ello también atrás sus propias raíces campesinas.
También él había emigrado
a la capital tras la muerte de su padre de muerte natural. Juntos eran
jornaleros de una finca de palma donde el trabajo alcanzaba para ir tirando en
su vida sin mucha ilusión de progreso. Dejó a sus dos viejos juntos en sus
tumbas para acompañarse en su eternidad que ya él no necesitaba visitar porque
fue su mismo viejo quien le instó a partir a la ciudad al sentir como la muerte
se aprestaba a abrazarlo y hacerlo descansar de sus labores cotidianas con
ilusión de encontrarse con su vieja que desde hacía algunos años lo esperaba y
la sentía llamándolo para recibir la consolación de sus brazos.
Al llegar a la capital Javier supo de la dureza del asfalto y
cuán difícil era iniciar una vida que al final logro cimentar tras labrar con
persistencia un puesto para asegurar la mínima estabilidad y sostener una vida
donde María se le fue metiendo sin darse cuenta en la sangre.
Un grito seco y desgarrador salió de su garganta al oír al
Zarco regodearse narrando la muerte de María.
A la par sintió como de sus ojos salían lagrimas que nublaron su visión
al estar mezcladas con su propia sangre proveniente de su corazón a punto de
estallar. Rompió su botella de cerveza y se lanzó sobre el Zarco.
Este, en compañía de tres secuaces, envalentonado como estaba
jactándose de este dolor no esperaba esta reacción. Su risa socarrona se
convirtió en una mueca de terror al sentir como el pico de la botella le
atravesaba su tráquea hasta alcanzar la punta del cristal a sobresalir por
detrás de sus vértebras y hacerle atravesar las puertas de la muerte.
Javier Moncada Némesis, cuyo segundo apellido recuerda la
diosa griega de la venganza y la muerte, con el cual su padre le rebautizó,
pues también él en similar y dolorosa circunstancia vengo la muerte de su madre
también fallecida de modo injusto y aleve, de la cual su padre pudo salir
airoso en la venganza para levantar a su hijo honrando en este apellido la
memoria de su madre.
Javier apodado el Trucho no tuvo esta suerte de escapar a la
venganza cumplida. Los tres compinches del Zarco se encargaron de llenar su
cuerpo de plomo, del cual, él generoso, compartió algunas balas con el Zarco
para acompañarse en esta partida donde nadie puede dar razón del punto de
llegada de cada uno. Él solo sabía que cerrándose sobre él esta profunda noche,
su mente, su corazón o su alma le trajeron una última imagen de María y su
sonrisa, por eso, todos quienes vieron su cadáver se sorprendían de ver un
gesto de felicidad en su rostro.
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